Por: Milagro Barahona Montoya
En el catecismo de la Iglesia Católica, en el numeral 2559, encontramos lo siguiente: “La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes” (San Juan Damasceno, Expositio fidei). En la actualidad conocemos diversos modos y tipos de oración, ya sea el silencio, la comunitaria, el recogimiento, la meditación, la contemplación, oración de clamoreo como el “Teruah” que lo vemos reflejado en el pasaje de Josué en Jericó, entre otros que podemos encontrar en los escritos de la Beata Madre Conchita Cabrera de Armida, sin embargo, en este mismo numeral, hace referencia a las siguientes interrogantes las cuales nos llevan a un auto cuestionamiento: ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde “lo más profundo” (Sal 130, 1) de un corazón humilde y contrito? pues como dirá el numeral 2561 “Es el corazón el que ora” orar es acercarnos a nuestro Padre Dios en búsqueda de una comunión, de intimidad profunda, de compartir con él, como lo hacemos al acercamos a un amigo para que nos brinde su apoyo o consejo frente alguna situación, dificultad o simplemente porque queremos compartir, pero como en toda relación, debemos destacar esta ultima parte “querer compartir” Ya lo expresaría San Carlos de Foucauld de la siguiente manera: “cuando se ama, se desea hablar constantemente con el amado o al menos contemplarlo incesantemente, en eso consiste la oración”. Dios siempre nos espera con paciencia, esta en cada uno de nosotros buscar relacionarnos más con él y no buscarlo por provecho propio, pensemos por un momento: ¿a quién le gustaría que lo buscarán solo para obtener algo o por conveniencia y no por relacionarse genuinamente nosotros? Ahora imaginemos esa misma situación aplicada al que es el amor verdadero… triste esta situación, ¿verdad?
Por otra parte, en este mismo numeral encontramos: La humildad es la base de la oración. La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración, como lo diría San Maximiliano Kolbe: “con la oración conocemos quién es Dios y quiénes somos nosotros”.
En la oración nos acercamos a nuestro Padre Dios reconociendo que él es el creador de todo y nosotros somos sus creaturas, es allí, donde entran los fundamentos de Dios, los cuales constituyen: la confianza en la oración.
¿Cuáles son esos fundamentos? San Carlos de Foucauld lo explica de la siguiente manera:
La ciencia de Dios, que sabe lo que nos hace falta… la bondad de Dios que quiere darnos lo que nos falta y la omnipotencia de Dios que puede darnos eso que nos quiere dar y nos hace falta, recordemos lo que nos dice nuestro Señor Jesús en su palabra: “Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?” (Mt 6, 26)… Sin embargo, también debemos perseverar en la oración y confiar que Dios actuará siempre, aunque quizá no de la manera que nosotros pensamos o esperamos, porque su sabiduría supera nuestra racionalidad y que él a un corazón contrito y humillado jamás lo desprecia.
Sea tu caminar largo o corto, recuerda hermano (a) que orar es hablarle a nuestro Padre Dios desde el corazón, en humildad, desde la sencillez como lo enseño nuestro Señor Jesús: “Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 6). Es allí, en la intimidad en que “eso” que estes llevando o te este pasando, sin importar tu historia de aciertos y desaciertos, simplemente se lo cuentes a Dios y ábrele tu corazón aquel que nunca falla, con la confianza de que él siempre está a la espera, de que él te conoce, de que él te escucha y sobre todas las cosas que él te ama y él hace nuevas todas las cosas.