
No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos
noviembre 23, 2024Por: Milagro Barahona Montoya.
Cada uno de nosotros inicia su proceso de conversión como tal, con ese gran encuentro personal con el amor mismo que es Jesús, sin embargo, es una realidad que no todo queda allí, cuando cada uno de nosotros experimenta ese amor inimaginable e impensable que alguien ha tenido y tiene por cada uno de nosotros, se inicia una nueva etapa en la existencia misma del individuo… el hombre empieza a cultivar esa amistad o relación de intimidad con Dios, que dicho sea de paso, dependerá de la apertura del hombre mismo.

En el salmo 42 encontramos “como anhela la cierva estar junto el arroyo, así mi alma desea, Señor estar contigo” … el hombre va adentrándose a una nueva aventura, hacerse amigo de Jesús, hacerse su discípulo, es en esta aventura de amor que el hombre empieza a conocer a Dios y conociendo a Dios, empieza a conocerse así mismo, no en vano Santa Teresa de Ávila expresó en su libro Las Moradas lo siguiente: “y a mi parecer jamás nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; y mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes” (1M 2,9).
También el sacerdote carmelita descalzo Padre Maximiliano Herraíz en su escrito “Donación de Dios y el compromiso del hombre” comenta: “No hay conocimiento del hombre sino desde la plataforma y la perspectiva de Dios. Conocimiento acabado. Conocimiento completo. Se cercena y se mutila el hombre cuando silencia a Dios. Y a Dios se puede silenciar de muchas maneras. Aun cuando se lleve permanentemente en los labios”.
He aquí este gran detalle, que muchas veces pasa desapercibido, en nuestro seguimiento a Cristo o mejor dicho en nuestro discipulado, el hecho de conocernos a la luz de la verdad misma, en palabras de San Francisco de Asís es para “iluminar las tinieblas de mi corazón” … se trata de reconocer desde el amor, nuestras miserias, nuestras imperfecciones, nuestras inclinaciones… reconocer desde la misericordia y humildad nuestra propia fealdad, pero ¿para qué? En un tiempo en que nuestro seguimiento a Cristo muchas veces queda disipado por nuestra falta de coherencia, en un tiempo en el que nuestro seguimiento a Cristo queda ahogado por la palabra “compromiso” pues desaparece de vista la palabra amor con la profundidad que enseña la mismísima segunda persona de la Santísima Trinidad: Jesús, en un tiempo en que pareciera que la palabra “Donarse” se tergiversa y se confunde con el afán y la saturación de mucho hacer pero muy poco amar, en tiempos en donde la verdad que nos enseña Jesús queda reducida e incluso hasta mutilada, por acciones meramente externas, en tiempos donde hay una necesidad de verdaderos testimonios es necesario “volver al origen” de las ricas enseñanzas que nos brinda nuestra Santa Madre Iglesia Católica como ya lo decía San Francisco de Sales en su escrito Introducción a la vida devota en su primera edición 1,608:
Aurelio pintaba el rostro de todas las imágenes que hacía según el aire y el aspecto de las mujeres que amaba, y cada uno pinta la devoción según su pasión y fantasía. El que es aficionado al ayuno se tendrá por muy devoto si puede ayunar, aunque su corazón esté lleno de rencor, y mientras no se atreverá, por sobriedad, a mojar su lengua en el vino y ni siquiera en el agua, no vacilará en sumergirla en la sangre del prójimo por la maledicencia y la calumnia. Otro creerá que es devoto porque reza una gran cantidad de oraciones todos los días, aunque después se desate su lengua en palabras insolentes, arrogantes e injuriosas contra sus familiares y vecinos. Otro sacará con gran presteza la limosna de su bolsa para darla a los pobres, pero no sabrá sacar dulzura de su corazón para perdonar a sus enemigos. Otro perdonará a sus enemigos, pero no pagará sus deudas, si no le obliga a ello, a viva fuerza, la justicia. Todos estos son tenidos vulgarmente por devotos y, no obstante, no lo son en manera alguna. Las gentes de Saúl buscaban a David en su casa; Micol metió una estatua en la cama, la cubrió con las vestiduras de David y les hizo creer que era el mismo David que yacía enfermo. Así muchas personas se cubren con ciertas acciones exteriores propias de la devoción, y el mundo cree que son devotas y espirituales de verdad, pero, en realidad, no son más que estatuas y apariencias de devoción.
Es el conocimiento de nosotros mismos, el reconocimiento de nuestras verdades, realidades, etapas y procesos, a la luz del Espíritu Santo, lo que nos permitirá realmente esa aceptación de lo que somos, de cómo estamos, pero sobre todo de cómo estamos caminando, para poder hacer las debidas correcciones y ejercitar verdaderamente con esperanza una vida de virtud, para entonces testimoniar una vida de espiritualidad, en orden y debida coherencia de vida.
Para que esto ocurra debemos: ir muriendo en consciencia a ese hombre viejo, el actuar desde la carne, como lo explica San Pablo en el libro de los Gálatas y desde nuestros afectos desordenados como lo explica San Ignacio de Loyola, para revestirnos de Jesús pues solo así iremos naciendo a ese hombre nuevo y a la verdadera vida nueva, a esa vida de exigencia, coherencia y abandono de sí, que nos ha trazado Jesús, que a pesar del cáliz amargo que bebamos y de la pesada cruz, nada es más importante, nada es más bello, más pleno y más sublime cuando se comprende en el corazón la verdadera invitación de Jesús.
Sin importar si nuestro caminar es largo o corto, aprendamos hacer las pausas necesarias, para mirarnos, autoevaluarnos, revisarnos, a la luz del Espíritu de la verdad y dar el verdadero combate espiritual, como lo explica el Padre Lorezo Scupoli en su libro Combate Espiritual: “En esto consiste la ley del amor que el Espíritu Santo ha grabado en el corazón de los justos, es allí donde se práctica esa abnegación que tanto recomienda el Salvador en el Evangelio: esto es lo que hace tan dulce su yugo y tan ligera su carga, de esto se trata la perfecta obediencia que este divino Maestro nos ha enseñado siempre, tanto con sus palabras como con sus ejemplos. Por lo tanto, puesto que aspiras al más alto grado de perfección, debes librar una guerra continua contra ti mismo y emplear todas tus fuerzas en destruir los afectos viciosos que haya en ti, por muy leves que sean. Así pues, debes prepararte para la batalla con toda la resolución y el valor posibles, que nadie ganará la corona hasta que haya luchado con generosidad” …
Caminemos peregrinos de Esperanza, con humildad en el corazón para que la gracia de Dios nos permita nacer de lo alto, muriendo al hombre viejo y permitiendo que la gracia misma renueve nuestras mentes, conociéndonos a nosotros mismos, pero a su vez venciéndonos cada día; día con día, con amor y por amor, en esa imitación verdadera de aquel que es tres veces Santo y nos invita a ser santos, siendo testigos verdaderos de que hemos conocido su amor, su perdón y su redención, por que solo Dios hace nuevas todas las cosas.
Por: Milagro Barahona Montoya.