Para poder explicar la profundidad de ambas preguntas nos ayudaremos de una gran Santo, San Ignacio de Loyola, pues en sus ejercicios espirituales nos ayuda a poder meditar en estos aspectos. Es importante evaluarnos en la voluntad que practicamos, puesto que la voluntad puede verse verdaderamente influida por los afectos o apegos desordenados que tengamos como individuos. No solo se trata de saber lo que tengo que hacer, saber dónde está el bien, discernir lo que Dios quiere y a partir de allí hacerlo, es convencerme de hacerlo por amor a Jesús venciendo toda resistencia de la voluntad, porque muchas veces nos falta una verdadera determinación que nos lleve a la acción.
Por ejemplo, tenemos al joven rico en las sagradas escrituras en (Mt 19, 21-22): “Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme. Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. Por otra parte, nos encontramos en (Lc 9, 61): “También otro le dijo: Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.” Como vemos en ocasiones podemos saber lo que tenemos que hacer e incluso podemos sentir deseos de hacer lo que debamos, pero al tener una voluntad estéril (primer tipo de voluntad) no hacemos nada como en el primer ejemplo o como en el otro caso, condicionamos la voluntad de Dios a nuestro estilo o parecer (segundo tipo de voluntad).
El grado verdadero de la voluntad es aquella que realmente quiere ante todo la voluntad de Dios, es una voluntad como la de Abraham o la Santísima Virgen María… ¿Cómo está mi voluntad hoy? ¿Cuánta resistencia le pongo a la voluntad de Dios en mí? ¿Cuántas veces me he engañado a mí mismo (a) haciendo mi propia voluntad sin discernir lo que realmente viene del cielo?
Ahora bien, pasemos a la humildad, que muchas veces es mal entendida en “parecer” los más pobrecillos cuando en realidad la humildad es la calidad de nuestro amor hacia Dios. Para esto San Ignacio nos habla de los tres grados de humildad, la primera manera o el primer grado es un amor fundamental, es el mínimo para salvarme es decir cumplir los 10 mandamientos, no cometer pecado mortal sin embargo como dicen algunos escritores o comentaristas de los ejercicios espirituales a este primer grado se le conoce como “cerrar la boca del infierno” puesto que la esencia de este primer grado es la fidelidad a Dios, la segunda manera de humildad es cuando empezamos a experimentar una indiferencia afectiva en las cosas temporales y estar dispuesto a no cometer pecado venial deliberado, el tercer grado de humildad es cuando incluyendo el primer y segundo grado le agregamos buscar aquello que me asemeje más a Cristo, es un amor de identificación. Alguna vez nos habíamos preguntado ¿cuál es la calidad del amor que le brindo yo a Dios?
San Bernardo Abad en uno de sus sermones decía: “El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar.” Hermanos, en el seguimiento que estamos haciendo a Cristo ¿qué tanto nos estamos dejando amar verdaderamente por nuestro Señor, para que esa bondad que emana del corazón de Jesús nos llene en ese encuentro personal con él y sea el amor que recibimos de Jesús lo que nos vaya transformado de forma profunda en nuestro proceso de conversión?, no nos quedemos solo en la teoría o solamente en la adquisición de conocimientos, examinémonos, corrijámonos, busquemos a nuestro Señor en la oración profunda con celeridad para que el amor que recibamos de él se retorne en el amor que brindo a mis hermanos y en mis tareas o acciones diarias, porque solo viviendo el amor verdadero que es Cristo es cuando estaré haciendo la voluntad de nuestro Padre Dios y haciendo la voluntad de Dios estaré en la verdadera humildad porque aun reconociéndome creatura y que mi amor es inferior al de Dios aun así, mi alma buscará esa reciprocidad de amor por amor, entonces hermanos sea tu caminar largo o corto recordemos las palabras de Jesús cuando dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad de Dios” y que esto nos lleve a un seguimiento en la plena radicalidad de su amor.